“1520 El Año de la Globalización” comisión se reune en Punta Arenas para dirimir los siguientes 730 días adportas los quinientos años del encuentro entre dos civilizaciones hoy Estrecho de Magallanes, Chile
Categoría: Noticias, Punta Arenas

Revista Nueva Diplomacia ha sido invitada a cubrir los pormenores de éste encuentro, que reunirá en esta prevía a altas autoridades chilenas, portuguesas y españolas.

 

19 al 22 de Octubre, Punta Arenas Chile. Convoca la Ciudad, Intendencia, Universidad de Magallanes, Sociedad de Escritores de Magallanes, y la comunidad plena.

Sede del encuentro.

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http://www.nuevadiplomacia.cl/?p=10506

Fuente: http://sanlucarprimeravueltaalmundo.com/la-expedicion-magallanes-elcano/

La Expedición Magallanes-Elcano

Cuando el 6 de septiembre de 1522 la nao La Victoria atracaba en Sanlúcar de Barrameda, los 18 hombres, agotados, enfermos, famélicos, desnutridos, que viajaban en ella habían culminado la mayor proeza náutica de la Historia de la Humanidad. Habían pasado tres años menos catorce días moviéndose siempre hacia Occidente, recorriendo más de 14.000 leguas, arribando a América, primero, costeándola, luego; cruzando el Estrecho que más tarde se llamaría de Magallanes; atravesando el Océano Pacífico en un terrorífico viaje que acabaría con parte de la expedición debido al hambre y a las enfermedades, como el escorbuto; yendo de isla en isla en los lejanos archipiélagos que hoy conocemos como las islas Marianas y las Filipinas; alcanzando, al fin, su objetivo, las Islas de las Especias, las Molucas, el Dorado de Oriente; regresando, con no pocos sufrimientos, y con menos del diez por ciento de los tripulantes que partieron, a su puerto de partida, con lo que lograban, por tanto, haber circunnavegado por primera vez todo el globo.

La expedición sirvió para inaugurar una nueva ruta hacia Oriente; para que los españoles disputaran el comercio marítimo a los portugueses, repartido el Mundo previamente por el Tratado de Tordesillas; para comprobar la existencia de un Estrecho, hoy conocido como el de Magallanes, que conectaba Atlántico y Pacífico; para conocer con exactitud la extensión de este último océano; para abrir al conocimiento de Europa nuevas culturas ignotas hasta ese momento. Para, en definitiva, tras el aún reciente descubrimiento de América, conectar todos los territorios del planeta en el primer gran ejercicio de globalidad de la Humanidad.

La historia la conocemos bien gracias a uno de los tripulantes, el italiano Antonio Pigafetta quien, como él mismo no se recata en afirmar, persigue, además de trasladar las noticias del viaje, alcanzar fama personal… Para ello escribirá todos los días la crónica de esta proeza de la Humanidad.

Su relato, independientemente de que pueda estar en mayor o menor medida condicionado por sus afinidades y disputas personales, sobre todo respecto a las figuras de Magallanes y Elcano (al que no cita), respectivamente, conforman una amalgama de datos que nos reportan riquísimos detalles de cuanto sucedió durante esos casi tres años a bordo de las naos, en cada puerto en el que atracaron; de qué sentimientos e impresiones recibe el nuevo hombre del Renacimiento de los remotos mundos que se abren ante sus ojos; de qué eran exactamente esas riquezas en forma de especias que buscaban con tanto afán como el oro que enriquecía las culturas americanas; dónde se encuentra cada una de estas riquezas… el clavo, el jengibre, la canela, la nuez moscada…, de dónde surgen, cómo crecen, cómo las cultivan y cómo las recolectan los nativos; de hasta qué punto se extiende la rivalidad española y portuguesa de la época.

Tan concienzudo es el relato del navegante italiano que en no pocas ocasiones nos sentimos casi a bordo de alguna de las cinco embarcaciones que iniciaron el viaje, emocionados como en muchos otros libros de viajes, menos pretenciosos, que tanta fama gozaron en la época en que el mundo se ensanchó a través del mar, casi predecesores de algunas de las grandes aventuras literarias relacionadas con el mar que más tarde enriquecerán la historia de las letras con personajes salidos de las plumas de Emilio Salgari, Robert Luis Stevenson o Julio Verne.

El viaje organizado por Magallanes, bendecido por el joven rey Carlos I, que casi acaba de llegar a España, tiene como primer objetivo un fin comercial, económico. El marino portugués busca, para entendernos, el mismo botín que perseguían aquellos que andaban tras El Dorado americano. Las especias que se hallan con enorme facilidad en las islas al otro lado del mundo representan unas riquezas enormes: no solo se emplean para condimentar las comidas, sino también para conservarlas, o como perfumes, o como fuente de valores legendarios, místicos, afrodisíacos. Es el “oro de las Indias”. Tanto es su valor que justifica una empresa como la que emprenden las cinco naos que parten de Sanlúcar de Barrameda en septiembre de 1519 con cerca de -las fuentes aportan datos exactos diversos, Pigafetta habla de 237- 240 hombres a bordo. El cargamento que trajo la única de las cinco embarcaciones que regresó, la Victoria, pagó el coste de toda la expedición.

El otro gran objetivo de la empresa, justificadora de tantas conquistas en las décadas previas y ulteriores, era la cristianización. En el Pacífico abundan los bautismos multitudinarios, educación en los sacramentos cristianos, abandono de los antiguos ídolos del lugar, colocación de cruces…

La expedición costó 8.346.379 maravedíes, una verdadera fortuna, que demuestra lo ambicioso, arriesgado y pretencioso del proyecto. Se aprestaron cinco buques: San Antonio (120 toneles), Trinidad (110), Concepción (90), Victoria (85) y Santiago (75). En ellas embarcaron principalmente andaluces y vascos, así como muchos extranjeros. Partieron de Sanlúcar el 20 de septiembre de 1519, tras diez semanas de permanecer en la ciudad para aprovisionar las naves con mercancías que cubrieran la expedición.

El viaje a Canarias, primera escala, no tuvo dificultad.

Después, Magallanes ordenó poner rumbo Suroeste sin hacer junta de capitanes y pilotos, como todos esperaban, con lo que empezaron las desavenencias. Los españoles terminarían acusando a Magallanes de autoritarismo. El 13 de diciembre arribaron a la bahía de Guanabará (donde luego se emplazaría Río de Janeiro) y permanecieron allí 13 días. Siguieron rumbo Sur. Pasaron frente al lugar de Montevideo, alcanzaron el Río de Solís o de la Plata, y después la inhóspita y desconocida costa patagónica.

El 31 de marzo arribaron al puerto de San Julián, donde Magallanes ordenó invernar. Allí estalló un motín contra el capitán de la flota que dirigió el capitán de la Victoria y en él tomaron parte más de 40 hombres, entre ellos Elcano. Estuvo a punto de triunfar, pues se rebelaron tres de las naos, pero Magallanes logró controlar la situación. Condenó a muerte a Quesada, capitán de la Concepción y ordenó dejar en tierra a Cartagena y al clérigo Pedro Sánchez. No se atrevió a seguir haciendo justicia, ante el temor de quedarse sin gente.

En San Julián también mandó Magallanes que el navío Santiago explorase hacia el sur. Naufragó, aunque pudo salvarse su tripulación.

El 21 de octubre divisaron el Cabo de las Once Mil Vírgenes. El capitán mandó en descubierta dos naves, la Concepción y la San Antonio. Esteban Gómez, piloto de la última, decidió desertar y regresar a España, al comprobar que había paso interoceánico.

Las tres naos restantes, Trinidad, Concepción y Victoria, franquearon el Estrecho y salieron a la Mar del Sur. Era el 27 de noviembre de 1520 y el océano, cosa rara, estaba en calma, por lo que recibió el nombre de Pacífico.

La flotilla subió por la costa chilena y puso luego rumbo N.O. Al llegar a los 32°, dicho rumbo se cambió a O-N.O. El viaje fue terrible: cuatro meses continuos de navegación. El hambre y la sed hicieron estragos. Apareció además una enfermedad nueva, el escorbuto, causado por la falta de vitamina C. Pigaffeta anotó:

la galleta que comíamos no era ya pan, sino un polvo mezclado con gusanos, que habían devorado toda la substancia, y tenía un hedor insoportable, por estar empapado en orines de rata. El agua que nos veíamos obligados a beber era igualmente pútrida y hedionda. Frecuentemente quedó reducida nuestra alimentación a serrín de madera como única comida, pues hasta las ratas, tan repugnantes al hombre, llegaron a ser un manjar tan caro que se pagaba cada una a medio ducado.

Estos hombres, dormían a la intemperie, es decir en cubierta, pues el barco estaba completamente cargado de riquezas con las que hacer intercambios, compra de especias, la paz o la guerra.

El 6 de marzo de 1521 arribaron a las Islas de los Ladrones (donde los indígenas les robaron un esquife), que años después los jesuitas bautizarían como Marianas. Allí pudieron tomar agua, alimentos frescos y leña. Zarparon el 9 de marzo y el 16 del mismo mes arribaron a otro archipiélago, que llamaron San Lázaro, por la festividad religiosa. Serán luego las Filipinas. Magallanes se dedicó a recorrerlo (Samar, Leyte. Cebú) con objeto de establecer una política de alianzas con jefes indígenas, que nada tenía que ver con el objetivo de su expedición, hasta que el 27 de abril moriría en Mactán por el ataque de uno de estos grupos nativos.

El mando recayó entonces en Duarte de Barbosa y luego en Juan Serrano, pero ambos murieron también el 1 de mayo, engañados por los indígenas de Cebú, que les habían invitado a un banquete que era en realidad una celada. Las tres naos abandonaron aquel lugar y pasaron a Bohol, isla del archipiélago de las Visayas. Aquí se decidió quemar la Concepción, que estaba muy averiada, y trasladar su tripulación y carga a las otras dos. La Trinidad y la Victoria, únicas que quedaban, arribaron a Borneo para carenar el 8 de julio. Luego regresaron a Filipinas. Aquí se destituyó al nuevo jefe Carvalho y se le sustituyó por un mando bicéfalo de Gonzalo Gómez y Elcano. A partir de este momento la expedición recobró su objetivo perdido.

Las dos naos se dirigieron al Sureste y el 7 de noviembre de 1521 arribaron a la isla de Tidore, perteneciente al archipiélago de las Molucas. Más de dos años después de haber partido de Sanlúcar, al fin pisaban las Islas de la Especiería. El júbilo de los españoles fue enorme. Allí estaban las tan anheladas especias, que podían comprarse por casi nada y que significan en Occidente disponer de una extraordinaria riqueza.

A los seis días, el 13 de noviembre, arribó a Tidore una embarcación portuguesa mandada por Alfonso de Lorosa con la noticia de que el rey de Portugal había mandado varios barcos al cabo de Buena Esperanza para interceptar a Magallanes (había supuesto que no encontraría el paso por América) y luego una carabela y varios juncos desde Malaca para localizarles en las islas especieras. Los españoles aceleraron la carga y el 18 de diciembre estaban listos para zarpar. Se celebró entonces junta de capitanes, en la que se decidió algo trascendental: la Victoria, mandada por Elcano, trataría de llegar a España completando la Vuelta al Mundo y evitando tocar en tierras de Portugal, mientras que la Trinidad, que hacía mucha agua, intentaría regresar a América, pero utilizando el mismo camino transitado hasta el momento, en dirección contraria.  Permaneció, la Trinidad, en Tidore hasta terminar las reparaciones, y el 6 de abril de 1522 parte con 50 toneladas de clavo. Sufrió el escorbuto, 30 hombres murieron, quedando sólo 20 con vida. Finalmente una tormenta la haría pedazos. Sólo 4 de sus supervivientes llegaron a España 4 años más tarde, tras ser encarcelados por los portugueses, entre ellos el jerezano Ginés de Mafra, que tras regresar descubrió como su esposa, dándole por muerto se había gastado la pensión o sueldo que le daban por el viaje, además de rehacer su vida con otro hombre, vendiendo todas sus posesiones. De este modo, Mafra, desarraigado, se hizo nuevamente a la mar, convirtiéndose en uno de los más afamados pilotos de la época.

Juan Sebastián Elcano aligeró su nao descargando 50 quintales de clavo y dejó en tierra algunos hombres. Le quedaron sólo 47 tripulantes, con los que zarpó de Tidore el 21 de diciembre. Allí empezaba una travesía sin escalas por medio mundo, el último desafío antes de regresar a Sanlúcar.

Elcano condujo la Victoria por el paralelo 42, fuera de las rutas portuguesas. Cruzó el Índico, África más abajo de Buena Esperanza, y finalmente llegó a Cabo Verde, donde se vio obligado a recalar. El escorbuto se había cobrado ya cinco vidas y el hambre y sed amenazaban al resto. Allí descubrieron que habían ganado un día por navegar siempre en dirección a Poniente. En Cabo Verde los portugueses apresaron algunos tripulantes. Elcano continuó con los supervivientes.

El 6 de septiembre de 1522 arribó a Sanlúcar, el puerto del que había salido hacia tres años menos 14 días.

La de los navegantes no es sino una aventura plenamente renacentista, época en el que un mundo teocéntrico abre paso al Hombre como motor de su existencia y protagonista del devenir de la Historia en todas sus facetas, artísticas y científicas. Afirma el historiador Nelson Martínez Díaz que se trata de un período, “de crisis para los códigos tradicionales de la cultura europea, fenómeno acelerado por la expansión del mundo conocido”.

El relato de Pigafetta envuelve todo el viaje por tierras desconocidas de historias fantásticas que bien parecen presagiar el realismo mágico americano de la literatura del siglo XX, o bien rememorar aquellas narraciones mitológicas y legendarias de escritos de Homero o Virgilio, del mundo clásico: nativos de Brasil que viven 140 años; gigantes patagones; aves de tal tamaño y fuerza que pueden elevar un elefante o búfalo; pigmeos que no levantan más de un codo; individuos que a través de ungüentos toman las figuras de hombres sin cabeza; mujeres fecundadas por el viento…, todo ello en un intento de trasladar a sus contemporáneos lo asombroso de unos mundos nunca antes vistos por ojos occidentales, y de agitar su capacidad de admiración ante lo irreal por lejano. ¿No se trata acaso de una versión moderna del gigante Polifemo de un solo ojo, o de las amazonas, o de las sirenas que encuentra Ulises en su camino de regreso a Ítaca…?

A diferencia del viaje de retorno de Ulises, la historia de Pigafetta, dejando al margen las escenas enriquecidas por las hipérboles que buscan la excitación de los lectores, es real. No existen Troya o Ítaca, puntos mágicos de partida y llegada de los diez años de trayecto de Odiseo. Fue Sanlúcar de Barrameda la que vio partir los cinco barcos, fue Sanlúcar la que vio arribar a la Victoria y a los 18 supervivientes de una aventura que, cuando hoy en día la insaciable hambre de conocimiento de la Humanidad ya no puede sino buscar nuevos continentes en el espacio, nos prosigue pareciendo única y admirable. ¿Acaso, puestos a elegir lugares alejados de la mitología y pretender fijarlos dentro de un mundo real, habría mejor puerto que Sanlúcar para iniciar y culminar una Historia como esta?

 

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Cómo parte del ejercicio de promover el lanzamiento de las celebraciones en Punta Arenas y en el mundo de los próximos 500 años del encuentro entre dos civilizaciones en los fiordos patagonicos, y descubrimiento de una nueva ruta de navegación hoy Estrecho de Magallanes,  iremos RND entregando relatos, agregando historia, transcribiendo notas, y promoviendo este quehacer de los próximos 730 días.

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1 Comentario

  1. Daniel Medina

    Un evento donde los invitados deberán pagar cover, es grande el nivel de la improvisación del “#lanzamiento500 “.
    Una ciudad que requerirá alcaldes y gobernadores de punta.

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