Bolivia, Potosí y la Moneda del Futuro
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Por Sebastián Quiñones, director estratégico Cámara Internacional del Litio y Energías -CIL Lithium-, y director para América Latina, Rain City Resources Inc.

Hace unos días, mientras avanzaba desde el Aeropuerto Internacional Viru Viru hacia mi hospedaje en Santa Cruz de la Sierra, la radio del taxi transmitía una explicación sobre uno de los símbolos patrios bolivianos más profundos: la entrega de la Medalla Presidencial al Presidente de la República durante la ceremonia de posesión. Esta medalla, conocida también como Medalla del Libertador Simón Bolívar, fue ordenada por decreto el 11 de agosto de 1825 y acuñada en la histórica Casa de Moneda de Potosí en oro de 22 quilates, adornada con diamantes. En su anverso se representa el Cerro Rico con la figura del Libertador subiendo una escala formada por fusiles, espadas, cañones y banderas, en actitud de colocar la gorra de la libertad sobre la cumbre. En el reverso, enmarcada por una guirnalda de oliva y laurel, se lee: “la República Bolívar agradecida al héroe cuyo nombre lleva”. Este acto ceremonial simboliza soberanía, continuidad histórica y la promesa de un destino compartido, conectando al presente con la memoria de Potosí, ciudad que durante siglos fue el corazón financiero del mundo.

El locutor y un historiador relataban, con admirable pasión, pasajes que todo latinoamericano debería recordar con humildad. Hablaban del Potosí que acuñó moneda para el mundo, del Cerro Rico que alimentó el comercio global durante los siglos XVI y XVII, del galeón de Manila, de la circulación de plata que unía al Imperio Español con la dinastía Ming, y de cómo esta moneda, marcada por cecas, ensayadores y columnas de Hércules, representaba el corazón financiero del planeta. Recordaron que, durante su apogeo, Potosí rivalizaba en población y actividad económica con ciudades como Londres, siendo un vértice fundamental en el primer sistema económico globalizado.

Y no pude evitar pensar en lo esencial: la plata de Potosí movió al mundo, pero muy poco de ese movimiento volvió a Bolivia y a sus habitantes. Esa herida histórica, aún viva en la memoria continental, explica por qué hablar de recursos naturales aquí exige respeto, conocimiento y, sobre todo, visión.

Hoy, claro, las monedas metálicas ya no viajan en galeones: viajan en datos, en pulsos eléctricos, en memorias digitales. La economía contemporánea se ha vuelto una economía calórica, donde el valor se expresa en capacidad de transformar energía, almacenarla y transferirla.

Y en ese nuevo orden energético, mucho más determinante que el monetario, un elemento se vuelve crucial: el litio, la moneda estratégica del siglo XXI.

Bolivia posee las reservas más grandes del planeta, una riqueza excepcional en el Salar de Uyuni y en otros salares altoandinos. En el mundo actual, donde la electrificación, la inteligencia artificial y la movilidad dependen de almacenar energía de manera eficiente, el litio es el equivalente moderno a la plata de Potosí: un nodo que conecta regiones, cadenas de suministro y ambiciones nacionales.

Pero la historia no tiene por qué repetirse. Esta vez podemos “hacerlo bien”, sin repetir los errores del pasado.

Y aquí emerge un paralelismo histórico revelador: así como Potosí representó más del 60% de la producción mundial de plata en su época, el triángulo del litio —Argentina, Bolivia y Chile— concentra hoy más del 60% de las reservas globales de este mineral estratégico. Esta vez, sin embargo, tenemos la oportunidad de escribir una historia distinta. Una historia donde la magnitud de la riqueza se equipare con la capacidad de transformarla en desarrollo genuino, donde la geografía compartida nos convoque a la integración, la coordinación, la confianza y el progreso regional conjunto.

No basta con exportar materia prima ni con mirar únicamente el precio internacional. La riqueza del litio no está solo en su valor monetario, sino en su capacidad de crear encadenamientos productivos, atraer tecnología, generar industria local y situar a Bolivia y la región en un lugar central del mapa energético global.

El mundo ya no compite por toneladas; compite por capacidad técnica, por eficiencia hídrica, por huella ambiental baja, por materiales avanzados que capturan nuevos mercados. Hoy se pagan primas por fosfato, por hidróxido, por productos de grado batería certificados con estándares ESG y trazabilidad digital.

Bolivia tiene la oportunidad histórica, y única, de liderar ese paradigma.

Mi viaje por Santa Cruz ese día fue revelador. Vi una ciudad en paz, haciendo honor al apellido de su presidente electo. Vi esperanza, energía humana, determinación. Vi una sociedad dispuesta a aprender de la historia para no repetirla, a ser valiente para equivocarse distinto, a aspirar a grandeza con inteligencia y cooperación.

Me encontré con bolivianos que quieren ser protagonistas, no espectadores; que desean que su litio no solo tenga precio, sino propósito.

Hoy los avances tecnológicos transcienden fronteras geográficas y responden precisamente a esa aspiración de “hacerlo bien”. Existen métodos certificados de extracción directa de litio con bajo o cero consumo de agua, diseñados para operar en salmueras complejas, con recuperaciones altas, sin evaporación y capacidad de producir material de grado batería directamente en territorio local. La innovación ya no es un privilegio de unos pocos mercados; puede y debe estar al servicio de quienes poseen el recurso. Espacios como la Cámara Internacional del Litio trabajan justamente en facilitar ese diálogo entre países productores, tecnología y mercados, mientras que iniciativas de colaboración público-privada permiten que soluciones técnicas avanzadas se implementen donde más se necesitan.

Tal como la Casa de Moneda de Potosí fue, en su tiempo, “la mejor máquina del mundo”, la integración estratégica entre tecnología de punta, coordinación regional y políticas soberanas puede construir una transición energética global verdaderamente equitativa: eficiente, limpia, y capaz de capturar mayor valor dentro de cada país, fortaleciendo a la región entera y contribuyendo al mundo desde una posición de dignidad y liderazgo técnico.

Que la plata de Potosí haya enriquecido al mundo es historia; que el litio del triángulo sudamericano genere valor para estas sociedades es, esta vez, una decisión que Argentina, Bolivia y Chile pueden tomar juntos, equilibrando soberanía, sostenibilidad y realismo geopolítico en un contexto donde la cooperación regional no es solo deseable, sino estratégicamente necesaria e indispensable.

Cámara Internacional del Litio y Energías. CIL Lithium

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