

Dr. Jorge Fernando Carrasco Cerda
Universidad de Magallanes
Hace más de doce mil años, durante el Último Máximo Glacial, la actual Región de Magallanes estaba cubierta por una vasta capa de hielo que dominaba gran parte del sur de Sudamérica. Los campos de hielo Norte y Sur formaban entonces un bloque continuo que llegaba hasta las costas del Pacífico, con cientos de glaciares descendiendo desde la cordillera andina y ocupando los valles y fiordos que hoy conocemos.

Miles de años después, de manera gradual y natural, el clima polar comenzó a templarse. Aumentaron las precipitaciones, los glaciares iniciaron su lento retroceso, y el deshielo dio origen a lagos, morrenas, fiordos y ecosistemas nuevos que aún embellecen la región austral. Surgieron los bosques, se expandió la fauna y los primeros habitantes comenzaron a poblar el territorio, como lo demuestran los sitios arqueológicos datados entre once y diez mil años antes del presente.
Hoy seguimos siendo parte de ese mismo proceso, pero con una diferencia crucial. Al cambio climático natural del planeta —que eventualmente nos conduciría a un nuevo período glacial— hemos añadido un forzamiento de origen humano que mantiene al sistema climático en una fase de calentamiento.

¿Qué significa esto?
Que hemos alterado los ciclos naturales de la Tierra hasta el punto de impedir, o al menos retrasar, la glaciación que las variaciones orbitales del planeta sugerirían. En lugar de enfriarse, la atmósfera se calienta. Desde hace diez mil años, el ser humano se hizo agricultor y ganadero, transformó el suelo, taló bosques y liberó metano y dióxido de carbono. Luego, con la revolución industrial y el uso masivo de combustibles fósiles, la concentración de gases de efecto invernadero aumentó hasta niveles sin precedentes. El resultado: un planeta que, en vez de avanzar hacia el frío, avanza hacia el calor.
Bajo este escenario, la disminución de las masas de hielo patagónicas y el retroceso de los glaciares continuarán durante las próximas décadas, e incluso siglos. Las proyecciones del IPCC para la región austral indican un aumento sostenido de la temperatura y un cambio en el régimen de precipitaciones: más lluvias, menos nieve. Los eventos extremos —como los registrados en los últimos años— podrían hacerse más frecuentes, afectando no solo a las comunidades humanas, sino también al delicado equilibrio de los ecosistemas. Un ambiente más cálido acelera la desglaciación, y las olas de calor extremo pueden provocar vaciamientos repentinos de lagos glaciares, generando inundaciones o aluviones.

El deshielo que alcanza el océano, junto con el aumento de las precipitaciones, altera la salinidad y el pH de las aguas, modificando la biodiversidad marina y los procesos ecológicos costeros. Sin embargo, ciertos cambios podrían también abrir oportunidades: un clima más templado podría favorecer la agricultura o la ganadería en sectores hoy marginales.

Pero toda transformación física del entorno repercutirá inevitablemente en nuestra forma de vida como habitantes de Magallanes. De ahí la urgencia de estudiar, comprender y anticipar los desafíos de la crisis climática, para adaptarnos con inteligencia, mitigar sus efectos y aprovechar de manera sustentable las oportunidades que surjan, en armonía con el medio ambiente y en responsabilidad con las generaciones futuras.



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